Las Arrepentidas

¿Conoces la historia del convento de las Arrepentidas?

Si hablamos de la ciudad de Ámsterdam es posible que los tópicos nos lleven a pensar en la legalidad de la marihuana y el conocido como “Barrio Rojo”. Es de suponer, que si hiciéramos ese mismo ejercicio, pero en la València del siglo XV, esas características serían el comercio de la seda y la conocida como “mancebía”.

En otras ocasiones hemos hablado de este lugar, que llegó a ser conocido en toda Europa durante los más de tres siglos que estuvo activo, desde su fundación en 1325 como la “Pobla de Bernat Vila” o “de les Fembres Pecadrius”, hasta que cerró sus puertas entre 1677. Estas mujeres ejercían un rol aceptado por la iglesia, al canalizar la violencia sexual para que esta no se ejerciese contra las mujeres “honradas” y a su vez evitar que los hombres tuvieran la tentación de cometer adulterio contra mujeres casadas.

El burdel permanecía abierto durante casi todo el año. Sin embargo, había algunas fechas señaladas en las que estaba cerrado. La principal era la Semana Santa, pues esos días, las mujeres dejaban a un lado el trabajo y eran internadas contra su voluntad en el “Convento de las Arrepentidas'” de San Gregorio. Allí eran encerradas a cuenta de la propia ciudad, que sufragaba sus gastos. El día de antes de estas festividades, las meretrices eran reunidas para sacarlas del burdel y conducirlas en procesión por las calles hasta el lugar del obligado “retiro espiritual”. Las religiosas intentaban a base de ofertas económicas y charlas, convencerlas de que se unieran al convento, formado también por ex-prostitutas, ahora monjas. Todas aquellas que no se convertían, volvían al burdel con otra celebrada procesión.

Con la desamortización de 1836, el Convento pasó a ser propiedad del Estado, que lo convirtió en prisión. Como curiosidad hay que decir que en ese lugar estuvo recluido dos veces el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Tras su derribo, en su solar se levantó en 1915 el edificio que acoge al Teatro Olympia.

Pero hubo algo que se salvó de aquel derribo: el reloj de fachada, que fue trasladado en 1913 hasta la iglesia de Benimaclet, construyendo un pequeño campanario para hacerle hueco.